(Monk 04) Una Duda Razonable

(Monk 04) Una Duda Razonable

Author:Anne Perry
Language: es
Format: mobi
Tags: det_crime
Published: 2010-03-18T23:00:00+00:00


Antes de encontrarse de nuevo con Monk, Hester deseaba observar el pasillo cercano al conducto de la lavandería a eso de las siete de la mañana, hora a la que, aproximadamente, habían asesinado a Prudence. Se levantó a las seis y media y a las siete estaba sola junto al conducto. Había amanecido hacía unas tres horas, pero aquel tramo del corredor permanecía oscuro porque no había ventanas y en esa época del año no se encendían las lámparas de gas.

Esperó apoyada contra la pared. Al cabo de unos treinta y cinco minutos, un ayudante pasó a su lado cargado con un paquete de vendas. Parecía cansado, y Hester pensó que no la había visto y que, si la había visto, no sería capaz de describirla.

Apareció una enfermera que se encaminaba en la dirección contraria. Profirió un juramento. No miró a Hester. Probablemente estuviera agotada, hambrienta y desesperanzada ante un futuro que tal vez le deparara una interminable sucesión de días y noches idénticos.

Transcurrió otro cuarto de hora y, como no pasaba nadie, Hester se disponía a marcharse. Había averiguado todo cuanto deseaba. Tal vez Monk ya lo supiese, pero sin duda lo habría averiguado por otros medios. Hester lo había descubierto sola. Cualquier persona habría tenido tiempo de sobra para asesinar a Prudence e introducir su cadáver en el conducto de la lavandería sin que nadie la viese o reconociese.

Dio media vuelta, comenzó a bajar por las escaleras... y a punto estuvo de tropezar con la corpulenta Dora Parsons, que estaba de pie y con los brazos cruzados.

—Oh. —Hester se detuvo al instante y un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Dora la agarró con fuerza. Era inútil revolverse.

—¿Puede saberse qué estabas haciendo junto al conducto de la lavandería, señorita? —susurró Dora.

A Hester no se le ocurrió ninguna respuesta. Lo más lógico habría sido mentir, pero Dora la observaba atentamente y no parecía dispuesta a tragarse cualquier patraña... de hecho, había adoptado una expresión de complicidad. —Yo... —balbució Hester presa del pánico. No había nadie cerca. La caja de la escalera estaba a apenas unos metros. Bastaba con que Dora la levantase con sus fornidos brazos y la lanzase por el hueco para que se desplomase en el suelo de piedra de la lavandería, unos seis metros más abajo. ¿Era eso lo que le había ocurrido a Prudence? ¿Unos minutos de mudo terror seguidos de la muerte? ¿Acaso podía tratarse de algo tan simple... una enorme, fea e impasible enfermera que odiaba a las mujeres que representaban una amenaza para su medio de sustento por culpa de sus nuevas ideas y valores?

—¿Y bien? —preguntó Dora—. ¿Es que no puedes hablar? Ya no eres tan listilla, ¿eh? —Zarandeó a Hester con brusquedad—. ¿Qué estabas haciendo? ¿Qué esperabas?

Ninguna mentira resultaría creíble. De todos modos, si decía la verdad también podría morir, si es que acaso iba a morir. Pensó que debía gritar, pero temía que Dora se asustase y la matara de inmediato.

—Estaba... —Hester tenía la boca tan seca que hubo de tragar saliva—.



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